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Se puede decir que el proceso recopilador de los cancioneros tradicionales argentinos se inauguró en 1926, año en el que Juan Alfonso Carrizo publica el Cancionero de Catamarca, al que siguieron el de Salta en 1933, el de Jujuy 1934, el de Tucumán, en dos volúmenes, en 1937, y el de La Rioja, en tres volúmenes, en 1942, todos a su cargo. A su vez, Orestes Di Lullo se sumó a la ciclopea obra de Carrizo, para trabajar con un método semejante el Cancionera Popuar de Santiago del Estero, publicado en 1940, con lo que se completó el acervo del NOA, Con el Cancionero Popular Cuyano 81938), de Juan Draghi Lucero, y el Primer Cancionero Popular de Córdoba (1947), de Alfredo Terrera, se cierra el período clásico de estas recopilaciones, el que se cotinuaría más de medio siglo después con el de Corrientes (1999) y Buenos Aires (2004).
Además de Di Lullo, otros prestigiosos investigadores participaron en esta tares de rescate y estudio del cancionero tradicional de Santiago del Estero, tanto en sus aspectos literarios como musicales. Sus nombres son conocidos: Andrés y Agustín Chazarreta, Jorge Washington Ábalos, Manuel Gómez Carrillo, Bernardo Canal Feijóo y, en lo que hace al cancionero en lengua quichua, o runa simi, Domingo Bravo.
A diferencia de los cancioneros arriba citados, esta obra no es de carácter acumulativo, sino selectivo. Las poesías aquí incluidas no sólo inspiran no sólo inspiraron a los poetas locales en una gran variedad de canciones, sino que glosaron en sus composiciones versos y hasta coplas enteras, como se podrá comprobar en el Volumen 4, dedicado al cancionero autoral.
Estas poesías nos acercan a su musicalidad, su atmósfera de sentidos y su estética particular, para expresar las vicisitudes del vivir. Son Valiosas joyas de la cultura de esta provincia.